viernes, 10 de mayo de 2013

La trágica y maravillosa historia del Cacaseno


Alguna vez, al borde del agotamiento, mi mamá nos amenazó con perderse para siempre en el camino sin rumbo, imitando el viaje misterioso de Margarita Domínguez 84 años atrás. Casi todos en Guaracabuya han fantaseado alguna vez con la idea de anularse del mundo conocido, de marchar calladamente hasta desaparecer. En el imaginario colectivo del pueblecito la partida misteriosa de la madre de Cacaseno simboliza el hastío, la desesperanza, la imposibilidad de continuar la misma vida todos los días. 

Margarita Domínguez había nacido en San Juan de los Remedios, pero las circunstancias de la fatalidad le reservaban a Guaracabuya para los últimos días conocidos de su existencia. Su marido, enfrentado a la autoridad, cercenó con el mismo machete de la caña la cabeza de un guardia, y a cambio le pegaron un tiro mortal en el pecho. Cacaseno, el hijo por venir, nunca conocería a su padre. 

Con 16 años, un niño en el regazo y embarazada por segunda vez Margarita llegó y se instaló en la aldea remota. Nadie sabe por qué un día abrió la puerta de su casa, apenas se despidió de su pequeño hijo, subió el camino polvoriento y se perdió para siempre. 

Cacaseno no recuerda. Nunca conoció a su padre. No tiene memoria de su madre. Su hermana desapareció en los brazos de la mujer aciaga, en el camino desprovisto. Su abuela, sin más opciones, lo entregó a una familia vecina que lo acogió con la promesa de instruirlo como carnicero. Desde sus cuatro años Cacaseno estaba previsto para ser el carnicero del pueblo. Todavía su imagen inveterada bajo la ceiba, colgando las carnes a los ojos de los compradores, merodea el recuerdo de los más viejos. 

Poco a poco él devino el negro por antonomasia de Guaracabuya. (En los pueblos miserables casi todo se nombra por antonomasia: el negro, el feo, el loco, la bella…) Sin ninguna familia en el mundo se decidió a formar una propia. Casó con Vitalia Guerra, Gore, y engendró una prole numerosa de negrones fornidos. 

Quizás no le bastó. Quiso saber qué fue de su madre, qué motivo la llevó al camino sin retorno. Emprendió la búsqueda y el pueblo dolido por su suerte le siguió los pasos. Un entramado de mensajeros le hacía llegar las noticias: una negra parecida a su madre había sido vista en Cabaiguán, La Habana, Oriente… Entonces Cacaseno iba, casi esperanzado. Las únicas señas de la mujer las sabía por la gente más vieja. Terrible pero cierto: a su propia madre la conocería por la descripción de los demás. 

Llegó dos veces a Mazorra, el hospital psiquiátrico más famoso de Cuba. Desde la distancia esperó que la fila de los locos marchara adelante y atrás; los miró detalladamente, los hurgó con los ojos, quizás invocó al Cielo, a Dios, a los santos yorubas, pero ninguna era su madre. Margarita Domínguez ya no existía porque decidió perderse y se borró de la memoria. Lo único en este mundo que la evidencia es el propio Cacaseno, el hijo huérfano e inerme, pertinaz cuestionador de los misterios de la vida.

Foto tomada de Facebook.
En Guaracabuya nadie sabe exactamente por qué le dicen Cacaseno. Él mismo duda, piensa, se aventura a buscar una explicación para ese sobrenombre que le antecede. Dice que llegó con cuatro años al pueblo y Arístal Cabrera lo bautizó con el apodo sin sentido. No sabe que su alias tiene una historia, que él mismo encarna —sin profunda relación— un personaje literario del siglo XVII. Cacaseno es el protagonista y el título de un cuento italiano de Adriano Banchieri. ¿Acaso podrá ser el mismo? ¿Conocerían en el pueblo aislado esa historia? Sí, los viejos me cuentan que en Guaracabuya vendían por un medio el libro Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno, tres cuentos en uno, publicados por la editorial española Callejas. Pero los rasgos de uno no coinciden con el otro: Cacaseno, el literario, encarnaba al pícaro y timador. El nombre propio pasó al diccionario como sustantivo común y ahora significa «hombre innoble». Al contrario el Cacaseno de Guaracabuya es negro bonachón, que carga honradamente su morral al hombro. Arístal Cabrera lo bautizó, más bien, por un capricho. 

Con 88 años Luis Domínguez, hijo póstumo, intenta figurar todavía a su madre, porque sabe que el recuerdo imaginado, más que la memoria que no existe, lo ata únicamente al pasado. Hace mucho dejó de buscarla porque perdió las esperanzas; nadie que viva hoy conoció a su madre. Cacaseno ha existido tanto que ahora habita en un solo tiempo: todavía es el carnicero de Guaracabuya, aún supone que todos los días su madre retoma el camino y se pierde del mundo.

Cacaseno, hijo viajero, recorre a diario los pueblos vecinos en busca del sustento vital. Mientras tanto, en Guaracabuya la gente quiere ascender, a veces, el camino polvoriento y perderse para siempre, como su madre.

Con Armando el Feo, otro personaje de Guaracabuya. Foto tomada de Facebook.

lunes, 6 de mayo de 2013

Nuestra Belleza Latina


Nuestra Belleza Latina es emigrada o nació en los Estados Unidos. Si no, quiere cumplir el sueño americano. Nuestra Belleza Latina debe ser hispanoparlante pero a veces le cuesta pronunciar en español. Nuestra Belleza Latina es una joven linda que desea trabajar en la televisión. Nuestra Belleza Latina casi siempre ha vencido las contrariedades de la vida para llegar a la competencia e intentar convertirse en la Reina de la Belleza del sur de este continente.

Nuestra Belleza Latina nunca soñó que podría entrar en el concurso y ganar. La pobre, tenía que trabajar, mantener a la familia, cuidar a la madre enferma… Nuestra Belleza Latina quiere regalarle a su abuelita, antes de que parta definitivamente de este mundo, su corona. ¡Qué dulce!

Nuestra Belleza Latina debe bailar, cantar, actuar, aunque lo haga mal. No sabemos si nuestra Belleza Latina va a la universidad. Pero no importa, porque las televisoras hispanas de los Estados Unidos le abrirán el camino al futuro. 

Nuestra Belleza Latina debe ser maestra del show para que Osmel Sousa no le pique el pase. Mientras más dramatice, mejor para ella. Mientras más espectacular sea, mejor para las ventas y para los televidentes aburridos. Mientras más pobre, engañada y sufrida parezca, más cerca estará de la corona. Por suerte, en esta vida los lindos y desdichados también tienen derecho a la felicidad que propicia Univisión. (La premiada será bendecida con un cuarto de millón de dólares). Es cierto, algunas discapacitadas físicas, y hasta lesbianas hacen show, pero no ganan, todavía no pueden ganar. 

Si en el pasado Nuestra Belleza Latina publicó fotos calenticas en internet un grupo de especialistas del periodismo y las redes sociales las sacarán a la luz. Si explica y convence al jurado y a los espectadores se quedará en la competencia, pero si es una «perra cachonda» se va. La que permanece gana miles de seguidores que le vieron las mejores partes.

Nuestra Belleza Latina debe enfrentar a otras contrincantes insidiosas que la quieren en el piso. Cuando se corone habrá soportado varias semanas de comentarios «venenosos» que la denigran. Tanta fortaleza, señores, debe ser premiada.

Nuestra Belleza Latina generalmente tiene el sueño de encontrar a un galán de telenovela que la quiera y la admire por su belleza. Ella misma se convertirá en la primera actriz de las telenovelas hispanas. Nuestra Belleza Latina admira a Laura Sin Censura y a la Doctora Ana María Polo. Nuestra Belleza Latina quiere salir en Sal y Pimienta, aunque le pese.

Se supone que Nuestra Belleza Latina, por ser latina, sea amerindia. Pero si no lo es, no importa: no encasillemos a las chicas, pues al fin y al cabo a nosotros nos conquistaron los europeos. Y los quechuas y los aymaras hoy son un remanente histórico casi inexistente. 

Nuestra Belleza Latina se llama Rigoberta Menchú, pero no va a ganar. 


Nota: Pido perdón por mis prejuicios.