viernes, 5 de julio de 2013

La universidad precaria


I. Del debate habitual con mis compañeros, y del soliloquio concienzudo sobre la realidad inmediata, accedo invariablemente al campo de la intriga: ¿Cómo una madre —mi madre— costea los gastos de su hijo en la universidad si apenas gana trescientos pesos cubanos (-300) al mes?  Por una parte resulta evidente: el hijo no paga la carrera, ni los libros, ni la beca, ni la comida. Por otra, la madre debe comprarle ropas, zapatos, productos de aseo personal y alimentos. Como si fuera poco, ella también tiene que proveer el hogar y ocuparse de sus propios gastos.

Hay un hecho innegable: hasta aquí el hijo estudia Periodismo porque quiere, se preparó y aprobó las pruebas de aptitud sin pagar por ingreso ni matrícula a la Universidad. En la mayoría de los países, a diferencia de Cuba, tendría que sufragar el acceso a la educación superior. En fin: el hijo, yo, puede estudiar, únicamente, de manera gratuita.

De todas formas me mantengo dudoso. ¿Cómo mi mamá compra las ropas que necesito?, si un pantalón en las tiendas recaudadoras de divisa vale entre 20 y 25 CUC, un pulóver cuesta entre 7 y 10, y un par de zapatos de 17 en adelante (la calidad es directamente proporcional al precio). Hasta aquí, aunque no consideré las eventuales rebajas, fui conservador con los precios y nada más valoré las principales prendas de vestir. En la mayoría de los casos una pieza de ropa sobrepasa el salario de mi mamá en un mes. Aunque en la realidad objetiva, y no en los cálculos simplistas, uno entra al aula vestido de pies a cabeza obvié la sumatoria total. La cuenta y el salario son incompatibles. No solución, decíamos en la Primaria. 

Una pregunta siempre suscita otras: ¿Quién pone el precio en las tiendas recaudadoras de divisa? ¿Quién le paga a mi mamá? ¿No hay ningún vínculo entre uno y otro? ¿Cómo te pueden pagar tan poco si te cobran tanto por los productos de primera necesidad?

II. Recientemente un lector escribió en el diario Granma que «los precios aprobados por las entidades estatales tienen una política (…) que no es irracional y se basa en métodos científicos»¹. Ese cubano piensa, además, que la canasta básica es suficiente para vivir. En una especie de masoquismo irracional (eso sí) el lector que opina en Granma defiende los actuales precios y se incluye entre los que viven con su salario. Agrega (¿con ingenuidad? ¿con cinismo?) que «el precio alto ayuda al uso racional de los recursos», lo que, por experiencia propia, significa y provoca carencias materiales de todo tipo.

III. Volvamos a la universidad, puesto que las polémicas se diversifican y nos apartan del fin de este comentario. Para muchos estudiantes (si juzgo a mis conocidos de la facultad) la situación económica de sus familias resulta menos compleja. La ayuda material y financiera que reciben del extranjero les ahorra preocupaciones y les otorga mayor solvencia. Pero otra parte significativa de los estudiantes no se incluyen en esas estadísticas ventajosas.

Ese mismo por ciento beneficiado, por lo general, tiene laptop o computadora de escritorio. Y aunque los profesores no te exigen que entregues ninguna tarea mecanografiada (a estas alturas todavía se pueden presentar los trabajos de curso manuscritos, incluso la tesis), la mayor parte de la bibliografía está en formato digital y los profes poseen la información más actualizada en su memoria USB. ¿Cómo se puede entonces acceder y consultarla? Las computadoras del laboratorio son insuficientes. Se rompen y hay cola. Mi madre me pregunta qué solución buscan los que no tienen ni una ni otra PC. Casi todo el mundo usa la del tío que fue de misión (Tío, sácame del río), o la del vecino «buenagente», o la del amigo solidario. Hay, por supuesto, un margen entre «Casi todo el mundo» y «Todo el mundo».

Al final de cada semestre los estudiantes recurren a los particulares que se dedican al negocio de la impresión, fructífero en los predios académicos. Pero algunos hasta limitan sus ideas y desarrollan brevemente sus puntos de vista para emplear menos cuartillas en sus trabajos de curso, y pagar menos.

IV. Alguna vez, en una reunión con las altas esferas de la casa de altos estudios, escuché que la Universidad Central consume la misma cantidad de alimentos que un municipio pequeño de Villa Clara por concepto de canasta básica. Sin embargo, más de la mitad de la comida que los estudiantes deberían aprovechar en su alimentación termina en los desperdicios. Cientos de libras de granos (arroz y chícharo invariablemente) se pierden. El picadillo y el «revoltillo plástico»² de importación completan el menú por lo general, pero insípidos y mal cocinados, casi nadie los come. Si los alimentos estuvieran bien elaborados (y bien presentados) uno pudiera ingerirlos por lo menos con estoicismo, porque a estas alturas, con tanta escuela becada por medio, al paladar no le quedan remilgos. 

V. Si no entras al comedor, niño fino, siempre encontrarás a un paso los puestos de venta de alimentos del sector privado. Los vendedores particulares estudiaron la demanda y ahora proponen habilidosas ofertas que los benefician únicamente a ellos. Las chucherías tienen precios altos, están mal elaboradas; ni alimentan ni satisfacen el apetito de nadie. Pero tanto los restaurantes del Estado como los particulares piden más de 10 pesos por el plato de comida. Y uno tiene que engañar al hambre donde más barato resulte.

VI. Conscientes de nuestra economía precaria mi mamá y yo ahorramos al máximo. Aunque celebramos la actualización del modelo económico cubano, objetivamente nos mantenemos al margen: aunque ahora se pueden comprar carros no soñamos adquirir ninguno; aunque se pueden comprar casas no podríamos mudarnos a ninguna más confortable; aunque ahora se puede acceder a Internet en los telepuntos de ETECSA, para nosotros significaría un lujo imposible. Simplemente no podemos. Mi mamá se ha enfocado: hace falta que te gradúes, me dijo.

Entonces, sin que nada cambie como en un sueño, sumaré los trescientos cuarenta y cinco pesos (345) que pagan a los egresados de Periodismo a los apenas trescientos (-300) de mi mamá. Da lo mismo, si al fin y al cabo los graduados de la universidad acaso tienen la certeza que vivieron sus mejores años cuando estudiaban y eran jóvenes, rebeldes, optimistas.
    
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¹ S. Gutiérrez Pérez, En defensa de precios no engañosos, en periódico Granma, 28 de junio de 2013, Sección Cartas a la dirección, p. 11.   

² Los estudiantes universitarios llaman «revoltillo plástico» al polvo que, agregado al agua en ebullición aumenta de volumen y produce grumos semejantes al revoltillo común. Dicen que se trata de huevo procesado, importado de Europa. No parece sazonado ni sabe bien, según el paladar de los estudiantes cubanos.