jueves, 14 de noviembre de 2013

Ojos de perro

Un perro viejo, con sarna, me mira fijamente. Yo almuerzo mientras el perro vagabundea por el comedor de la universidad. Llega a mi mesa y me observa con ojos vidriosos, como si deseara llorar, como si contuviera el llanto. Yo estoy solo en la mesa, y él me mira.

Nadie toca al perro sarnoso y sucio, destinado a la muerte en los días próximos. Nadie acaricia al perro, que no pretende ya ninguna intimidad (salvadora) con los humanos. El animal camina solo; los de su especie también lo abandonaron. Nosotros volteamos la cara y evitamos el asco. Cuando más, le lanzamos un pan viejo. Mi madre nunca podría comer frente a un animal que la mira como si le hablara.

Pero este perro nos observa con penetración, como si quisiera hablarnos, más que pedir la comida inmunda que le tiran. Algo de extraordinario tienen los ojos de este perro, algo que reconocemos como humano. O quizá es a la inversa: en los humanos reconocemos la mirada del perro.

¿Cómo saber qué quiere? ¿Nos pide atención o simplemente la eutanasia, la paz definitiva? No puedo evitar la mirada; yo también estoy solo mientras almuerzo. El mundo nos rodea, y nos miramos. Me van saliendo ojos vidriosos, como al perro.

Hace poco íbamos a Isabela de Sagua, a pasar la noche junto al mar. A la entrada del pueblo un perro negro se nos unió. No se desprendía del grupo; hizo un hueco en la arena, se echó y custodió nuestra casa de campaña. Cuando dormimos se mantuvo en vilo. Cuando nos asustaron los noctilucas se movilizó y corrió por la playa para socorrernos. Su apego nos sugirió la necesidad de la adopción.

A la mañana siguiente no esperábamos verlo más. Sin embargo, él amaneció de pie frente a la playa. Miraba en dirección a los restos del Nikoli, y más allá, a los cayuelos nebulosos; los ojos del perro  traspasaban la inmensidad del mar. Estaba absorto, ensimismado. Nosotros lo fotografiamos.

¿Qué buscaba este perro? ¿Sería consciente de «la maldita circunstancia del agua por todas partes»? ¿Qué viaje prohibido añoraba? Nos fuimos del mar, y del pueblo, y lo abandonamos.

Leí una vez, en algún texto cristiano para niños, que no habrá mascotas en el Reino de los Cielos, que los perros rodearán la ciudad magnífica de Dios. Pero yo imagino perros con miradas que hablan. Yo sueño humanos con ojos de perro.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Ómnibus Nacionales: ¿La ruta del Mal?


Casi todos los viajeros cubanos saben que en la terminal de ómnibus de La Habana se «resuelve» un pasaje a cualquier destino por cinco dólares más el precio establecido para la ruta. Casi todos los que parten de la terminal interprovincial de Santa Clara saben que unos billetes de más «consiguen» el pasaje a cualquier punto de la geografía isleña. Casi todo el que viaja sabe que Ómnibus Nacionales padece el Mal.

Puede que los pasajes se hayan agotado tres meses o tres días antes, pero si usted tiene el dinero contante y sonante abordará la Yutong que sea, adonde sea. Tiene el Mal una pequeña reserva de asientos en el viaje de los humanos.

Aunque Ómnibus Nacionales se reordenó hace poco, parece que toda mejora se limita al cambio de nombre y de logo de la empresa, pues nada esencial, aparentemente, nos indica orden. Cuando la periodista Leydi Torres Arias evidenció con gracia y profesionalidad el maltrato sufrido por ella, ya sabíamos que Ómnibus Nacionales padecía el Mal.

Oscar Salabarría Martínez estudia periodismo en la Universidad Central de Las Villas y viaja a menudo hasta Jatibonico. Él, urgido de llegar a casa, prefiere entregar un «dinerito» por encima a las taquilleras, al jefe de turno o al expendedor/a del pasaje para asegurar su puesto en la ruta Santa Clara-Sancti Spíritus o Habana-Jatibonico. El dinero siempre se comparte –aclara él- entre todos los implicados. «Si no hay posibilidad de pasar el billete sin llamar la atención, la taquillera disimula, va al baño, y ahí hay que entregárselo”, termina mi amigo, compañero del Mal.

La crónica de viaje


El pasado jueves 24 de octubre, el periodista Maykel González Vivero y yo nos dirigíamos al VIII Evento Nacional de la Crónica Miguel Ángel de la Torre, en Cienfuegos. Viajaríamos en el ómnibus Yutong 2946 de la ruta Santa Clara-Cienfuegos, turno 7:40 a.m. Mi compañero había comprado un pasaje con antelación, pero yo debía anotarme esperanzadamente en la lista de espera (ocupé el número uno). Ante mi inquietud el anotador informó que ya no había posibilidad de viajar en la salida de las 7:40 a.m., aun cuando yo ocupara el primer número de la lista. La crónica de viaje –pensamos– iba a comenzar en ese momento.

¿Por qué no había posibilidad de viajar en aquella Yutong? Si ocurría un fallo de última hora, ¿yo no podría ocupar el asiento disponible? Con esa pregunta recurrí a la trabajadora de la taquilla de información, que me sugirió hablar con el chofer. Entonces, uno de los choferes me aseguró que no podría montar en la guagua si en la taquilla no me vendían un pasaje como se establece, y me indicó dirigirme al jefe de turno en el salón de espera de los pasajeros.

Allí, dos trabajadores se encargaban de los trámites. Ante mi solicitud el chequeador me entregó un número para comprar el pasaje. Y el jefe de turno, dirigiéndose a mí, espetó sin reparos: «Ahora tienes que pagarle a él». Sí, quiso decir: pagarle algo más de lo establecido por la tarifa oficial de precios. Cuando regresé de la taquilla, con mi pasaje comprado, todavía el señor esperaba en la puerta de salida para recibir su «pago». En definitiva, él me había «resuelto» un pasaje que no existía y yo debía retribuir su bondad. Yo, mal agradecido, me negué a pagar y abordé el ómnibus.

Pero, en la guagua había ¡17 asientos vacíos! Si se reservan seis para el tramo (tres para Esperanza y tres para Ranchuelo, como aseguró el chofer reticente) sobran 11 asientos. Mire usted: a mí me querían cobrar sobreprecio por un pasaje disponible. Lo peor: anotado en la lista de espera nunca iba a ser llamado. La situación se debe a un entramado de funcionarios, trabajadores, choferes y burócratas de la Empresa Ómnibus Nacionales, que unidos, estafan a los clientes de la manera más expedita (¿o se trata de desidia?).

En primer lugar, niegan a los pasajeros el derecho legítimo a viajar según el turno correspondiente de la lista de espera. En segundo lugar, y gracias a la situación que ellos mismos favorecen, exigen un sobreprecio que termina en sus bolsillos. Inconcebible: una guagua abandona la terminal con 17 capacidades libres y los pasajeros son burlados. ¿Los trabajadores de Ómnibus Nacionales conocen los lineamientos de la política económica de Cuba? ¿Saben los infractores que están cometiendo una ilegalidad penada por la ley?

A los ciudadanos comunes, de a pie, nos molesta el engaño. ¿Tiene que ser el hombre el lobo del hombre? Maykel González y yo redactamos y entregamos la queja respectiva en la dirección provincial de Viajeros y de Ómnibus Nacionales. Las autoridades competentes ya investigan; nosotros esperamos la respuesta definitiva, colofón de este reportaje.

Ahora algunas personas me asegurarán que nunca debí escribir esta entrada: bastaba quejarse en la dirección de las empresas implicadas. Yo no escribo, nada más, por este caso: no se trata únicamente de una experiencia aislada y personal. Así nada hubiera escrito. Me acusarán de generalizar, de difamar a una empresa por el fallo casual de un día. Sin embargo, nosotros sabemos que la historia se repite. Basta oír a los que viajan.

Algunos amigos me piden que no me desgaste en una queja, que «deje eso». Alegan que una persona no va a cambiar nada. Puede ser… todo puede ser.