viernes, 29 de abril de 2016

Cuentas claras

Por primera vez después de la publicación de La soledad de la mujer pez, el pasado domingo 24 de abril, visité a Milagros. Hasta eso momento —y hasta hoy— su vida no se había trastocado en ningún show mediático. Milagros permanecía con tranquilidad en su casa, repitiendo la misma rutina de todos los días.

Gracias a la repercusión del reportaje, a mediados de la semana pasada recibió la visita de un oftalmólogo del área de salud de Placetas. Después que el especialista le indicó un tratamiento de antibióticos, le prometió que la atenderían pronto en el Hospital Municipal. Y a Milagros la promesa de un turno médico la hizo tan feliz como si se tratara de una fiesta anhelada toda la vida.

Cuando mi novio y yo llegamos el domingo, en pleno mediodía, Milagros se apresuró a agradecer: «No sé cómo lo hiciste, pero los médicos vinieron a verme y me llevarán al hospital». Milagros disipó toda mi angustia, todos los temores agazapados. «No hice mucho, apenas escribí», le recordé.

A pesar de las advertencias de «Anónimo» hasta hoy el dinero no ha desatado la furia entre los hermanos de Milagros, ni ha alcanzado para que ella viva abandonada en la abundancia, presa de la envidia. Ahora no parece más infeliz que dos semanas atrás. El reportaje no bastó para hundirla en el lodo ni para lanzarme a la fama.

Después de todo, hoy no solo podríamos hablar de remesas, ni podríamos asegurar que la ayuda se ha originado lejos del país en todos los casos. Si bien la mayoría de las personas —desde puntos distantes— ha ofrecido apoyo económico, en la propia Isla varios periodistas apelaron esta semana al deber de las instituciones cubanas encargadas de velar por el bienestar humano. Y aun cuando ninguna forma de asistencia deba menospreciarse, solo el gesto de acudir a los organismos estatales podría mantener a Milagros sin peligro del olvido futuro. El dinero, que resuelve ahora mil necesidades básicas, se agotará mañana. Sin embargo, la inserción en los sistemas cubanos de salud pública y asistencia social deberán perdurar para siempre.

Hace tres días, la periodista habanera Lirians Gordillo compartió en Facebook el acuse de recibo de sendas cartas que envió al Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, a la Asamblea Nacional del Poder Popular, al Ministerio de Salud Pública y a la Federación de Mujeres Cubanas. En ese momento escribí en la red social: «En un minuto grato Lirians Gordillo leyó La soledad de la mujer pez en OnCuba. Sin conocer a Milagros, sin conocerme a mí, se fue a todas las instituciones donde pueden —y deben— ayudar. No pidió nada a cambio, no armó ninguna alharaca, no creyó que era la gran heroína por hacer cuanto podía. Es simple: la soledad de otra mujer que no conoce la conmovió. Y Lirians me conmueve a mí. ¡Gracias!»

Otro periodista cubano (que prefiere pasar desapercibido) también aprovechó su cercanía a las instituciones nacionales para dar a conocer el caso de Milagros. «Los ministerios harán su trabajo», me aseguró ayer con optimismo.

Yo, por otra parte, tuve la encomienda de hacerle llegar a Milagros, de la mejor forma posible, $ 137.90 CUC que dos cubanos residentes en los Estados Unidos enviaron a través de las oficinas de la Western Union. Con mi novio recorrí varias tiendas en diferentes ciudades y me empeñé en hallar los artículos que más beneficiarían a Milagros en un primer momento (de acuerdo con su tutor legal Bruno Guerra Vila). Maykel y yo arribamos a Guaracabuya y convocamos a varias vecinas que presenciaron la conversación y la entrega de los artículos de primera necesidad.

Yo preferiría —aclaro sin falso desinterés— mantenerme al margen del dinero enviado a Cuba. No obstante, varios desconocidos confiaron en que emplearía sus remesas con honestidad. Lo prometí y lo prometo. Aunque no me agrade —porque parece que me adelanto con una prueba que implica la sospecha— al final de este texto desgloso el uso del dinero y presento los comprobantes de los artículos adquiridos para Milagros, así como la constancia emitida por las oficinas de la Western Union. Si alguien tuviera (i)legítimas dudas de cuanto aquí aseguro estoy dispuesto a mostrar las fotos que atestiguan la entrega del dinero y los bienes. Pero me resisto a publicar imágenes o grabaciones de sonido que puedan asumirse como intentos del peor reality show. Sin embargo, esas pruebas existen.



Testigos de la visita a Milagros, el domingo 24 de abril:

 

Nidia Montero: directora del centro mixto Enrique Villegas, de Guaracabuya. Militante del Partido Comunista de Cuba, miembro de los Comités de Defensa de la Revolución y de la Federación de Mujeres Cubanas.

Dailí Echevarría: maestra del centro mixto Enrique Villegas. Militante del Partido Comunista de Cuba, miembro de los Comités de Defensa de la Revolución y de la Federación de Mujeres Cubanas.

Caridad Mesa: ama de casa. Miembro de los Comités de Defensa de la Revolución y de la Federación de Mujeres Cubanas.

Los donantes y las cuentas

 

Jovann Silva Delgado envió $ 87.40 CUC a través de la Western Union (comprobante 1), mientras que Yudelsy Fundora Martínez hizo llegar por la misma vía $ 50.50 CUC (comprobante 2). Ambos cubanos residentes en los Estados Unidos me enviaron el dinero a título personal, para que yo hiciera llegar a Milagros, de la mejor forma posible, los recursos materiales que más necesitara.
                          $ 87.40 + $ 50.50 = $ 137.90 CUC

Nota: Al momento de publicar este texto recibí la llamada de Jesús Granados, de Estados Unidos. Jesús envió 100.00 CUC que deberé invertir más adelante en beneficio de Milagros. Daré noticias.


Desglose de los gastos:


Olla multipropósito marca Ideal
$ 47.65 CUC (comprobante 3)
5 jabones y 3 cremas hidratantes
$ 9.30 CUC (comprobante 4)
Varios alimentos, detergente y frazada
$ 7.70 CUC (comprobante 5)
Una sábana camera*
$ 200 CUP** (8,30 CUC)
Monto entregado a Bruno***
$ 55.00 CUC
Transporte hasta Guaracabuya
$ 3.00 CUC
Otros jabones (5) y cremas hidratantes (2)****
$ 6.95 CUC (comprobante 6)
Total general
 $ 137.90 CUC


Aclaraciones:

*La sábana camera se adquirió en la tienda de productos industriales “El Titán” (esquina Céspedes y Marta Abreu, Sagua la Grande), el sábado 23 de abril de 2016.

**Moneda Nacional. El cambio se efectuó según la tasa común 1 CUC igual a 24 CUP.
CUC: Peso cubano convertible.
CUP: Peso cubano.


***Nuestra intención original fue comprar un ventilador, varias toallas y un mosquitero. Sin embargo, decidimos entregar el dinero a Bruno ante la ausencia de esos artículos en las tiendas de Placetas, última escala del viaje. Él prometió adquirirlos para su hermana.


****La compra de estos productos se realizó el miércoles 27 de abril de 2016, después de la visita a Milagros en Guaracabuya. El dinero empleado —sobrante de las compras anteriores— se mantuvo como fondo para satisfacer el deseo de Milagros, después de la obvia consulta con ella. La entrega de las cremas y jabones ocurrirá en un próximo viaje a Guaracabuya.




Comprobantes:

Comprobante 1

Comprobante 2

Comprobante 3

Comprobante 4
Comprobante 5

Comprobante 6

jueves, 21 de abril de 2016

¿Por qué escribo?


Mientras cientos de internautas de todas partes leen, se conmueven y comparten la historia vital de Milagros, Milagros permanece en Guaracabuya, sin alarmas, sin sospechas de lo que viene o puede venir. Mientras viajo entre los puntos esenciales de mi existencia, mientras trabajo, mientras me conecto a internet a duras penas y respondo decenas de mensajes, nuevas personas ofrecen ayuda en todas las gradaciones de lo admirable.

Despejo el maremágnum como puedo. En ese estado artificial de sosiego, indago inevitablemente en las razones que me llevaron un día —y no antes— a escribir una parte de la historia de Milagros Guerra Vila. Cuando yo nací Milagros iba a cumplir 32 años. Entonces tenía una limitada vida social: veía; iba a las fiestas, de noche; usaba pelucas y se maquillaba; era conocida en toda la región de Guaracabuya por su voz agudísima.

Crecí. Milagros aparecía en mi casa de vez en cuando a ver la televisión. Al principio le temía y me escondía. Mi hermano, un día, le preguntó: «Milagrito, ¿tú picas?» Me mudé: no volví a ver a Milagros en años. Crecí. Me mudé. Crecí. Me fui lejos. Milagros perdió a su padre y a su madre. Milagros se quedó ciega y se quedó sola.

La vi otra vez durante el último censo de población y viviendas. Yo la censé, y escribí un post en este blog. Pero entonces no publiqué las fotos que ahora están en todas partes, ni OnCuba catapultó el texto. Entonces Consuelo Vila proveía a Milagros, su única hija. Y ¡zas! se murió.

Más tarde volví al barrio. Milagros ciega tiraba los frijoles sobre la mesa, los reconocía uno a uno, los echaba al caldero, los comía. Y fui a verla aun cuando me advirtieron que me abrazaría, y que me besaría y que, tal vez, lloraría sobre mí. Y escribí.

No me interesó contar la historia de Milagros para librarme de ninguna culpa. No siento ninguna culpa propia. Ni creo que la caridad me llevará a ningún cielo y a ninguna tierra. Escribí porque sentí la necesidad, y el deber. Y pensé que escribir ayudaría a Milagros. A mí no me interesaba llegar con diez dólares hasta ella después de dos meses, porque esa penosa contribución no iba a resolver ni el más pequeño conflicto. Yo quería remover alguna conciencia, pero sobre todo alguna institución. No deseaba, ni deseo, que nadie rompa por gusto la paz de Milagros. No quiero que su vida se trastorne en un show mediático ni que mañana la desgracia de otro titular, de otra imagen, la sustituya. Quiero que ella vuelva a ver, y que aprenda a leer y a escribir, y que tenga la posibilidad de una vida mejor. Y con esa esperanza, envíe mi trabajo a OnCuba. Y OnCuba, con esa misma esperanza —me dijeron—, lo publicó.

Aun cuando hay miles de personas que sufren en todas partes yo escribí, nada más, de Milagros. No conozco a todos los que sufren, aunque las causas sean comunes, aunque haya que atacar las causas y no exponer los casos particulares. Frente al eje dicotómico de escribir/no escribir, actuar/no actuar, elegí las primeras opciones. Así mismo, entre la semejante dicotomía de hacer/no hacer, donar/no donar decenas de personas se han movilizado vía online. Pudieran no haberlo hecho, y lo han hecho, solo ellos saben por qué.

Con mis preguntas «sosas», espontáneas, y literalmente trascritas, llegué hasta donde Milagros me permitió. Quise exponer la paradoja de su existencia: mujer cuerda, esperanzada, medianamente feliz, paradójicamente ciega, alienada y analfabeta.

Si OnCuba no debió publicar el reportaje, si no lo debí enviar a OnCuba, si no debí haber expuesto la vida de Milagros, quiero que otros medios ofrezcan cobertura y terminen por movilizar a las instituciones que deben resolver la tragedia de Milagros. Otros medios y otros periodistas.

Han comenzado a llegar las donaciones y me cuesta comenzar por alguna parte. Está claro que no hace falta alquilar taxis ni pagar una operación de cataratas. Cuba ofrece servicios de salud gratuitos y universales. ¿Por qué Milagros no ha sido beneficiada? ¿Por qué su madre no se ocupó cuando pudo? ¿Por qué las instituciones se olvidaron? No sé.

Una periodista habanera aseguró que no paraba hasta llegar con el texto y las fotos a la Asamblea Nacional, a la Federación de Mujeres Cubanas, al Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. Devotos de diferentes iglesias quieren, además, conseguir que Milagros «no vuelva a estar tan sola otra vez». Desde Estados Unidos han logrado recaudar hasta ahora 235 dólares que se destinarían a mejorar las condiciones de vida de Milagros. Ya comenzaron a llegar donaciones por la Western Union.

Yo no sé adónde llegarán todas las acciones, y no quiero imaginar que alcancen los efectos contrarios a mis intenciones. Ahora, si las redes sociales capaces de convocar un flasmob, capaces de promover un GoFundMe, capaces de incentivar la subversión, también resuelven una vida —una sola vida— diré que estoy satisfecho, y me iré a casa, y que se olviden de mí.
 

lunes, 18 de abril de 2016

Milagros en todas partes



Nunca imaginé que ningún texto mío llegaría a atraer la atención de tantos lectores. Ni que superaría el límite entre las pantallas frías y la vida común. Desde la publicación de La soledad de la mujer pez en OnCuba, el 15 de abril pasado, he recibido mensajes —por Facebook, por gmail, por sms, de unas a otras personas y hasta mí— desde América del Sur, Estados Unidos y Europa, sin contar con el enorme aluvión de correos de cubanos y cubanas residentes o no en la Isla.

Todo el mundo quiere ayudar a Milagros desde cualquier parte. Cada quien desea enviar cuanto pueda: ropas, alimentos, otros bienes… Ayer, una maestra de Guaracabuya se ofreció voluntariamente a enseñarla a leer y a escribir. Hace unas horas un maestro de La Habana dijo también que estaba dispuesto a alfabetizarla, sin preguntar si quiera cuán lejos estaba Guaracabuya de la capital.

A cada momento aparecen nuevos ofrecimientos desde nuevas regiones de Cuba o del mundo. Alguien me llamó desde Dallas, Texas. Varias personas que nacieron en Guaracabuya y conocieron a Milagros crearon un gofundme en internet. A estas horas han logrado recaudar 65 dólares de un total de 5 000. Desde Estados Unidos, también, me dijeron que el texto y las imágenes cada vez llegaban a más personas. Me cuesta decir que “se habían vuelto virales”.

Puede que la imagen de Milagros haya conmovido a todos en todas partes. Puede que la fatalidad de ella haya servido para experimentar la propia fatalidad de uno, por insignificante que sea. O no sé —ni ahora mismo estoy tan interesado en hallar las causas de esta reacción. Milagros ha conmovido a decenas de personas que desean hacer alguna cosa, cualquier cosa concreta desde cualquier parte.

Pero, también hay que decirlo, Milagros solo ha conmovido cuando apareció en los medios y en las redes sociales. Antes no existía. Por supuesto, antes casi nadie sabía ni se imaginaba que existía. Aún así, un amigo me advierte que Milagros no es la única persona que necesita ayuda en Cuba. “Hay muchas más personas, lo que pasa es que ahora Milagros ha causado interés porque está en los medios”, precisa.

Y él tiene toda la razón. Pero después que cedí a escribir la historia no tengo el derecho de negar a nadie su contribución a Milagros. Es verdad, también, que tengo miedo. No sé cómo mantener las cuentas claras, no sabría cómo desempeñarme, ni sé cuál es la mejor manera de hacer llegar el dinero y los recursos hasta Milagros si yo, nada más, soy periodista. Por otro lado, su único hermano en capacidades mentales plenas —Bruno— padece cáncer y no podrá hacer tanto como quisiera.

Yo no pretendo —ni quiero, ni podría— sustituir a las instituciones cubanas encargadas de atender a Milagros. Espero que la noticia de que ella existe llegue a todas partes adonde deba llegar, o tendré que llevarla yo mismo. Salud Pública y Bienestar Social deben encargarse de una vez de Milagros, puesto que sus hermanos, por las razones que sean, no pueden.

Es inevitable que ahora yo comience a recibir dinero donado a Milagros. Y me pregunto dónde termina mi deber como periodista y donde comienza una labor humanitaria que no me compete a mí. ¿O sí?

En definitiva, aclaro: lo que llegue hasta a mí será entregado a Bruno y, de mutuo acuerdo, proveeremos a Milagros de los bienes que más necesita. Pero la prioridad será insertarla en el sistema cubano de Salud Pública para que sea operada y pueda aprender a leer y a escribir. Otra vez: yo no pretendo sustituir a ninguna institución que deba asumir la responsabilidad. Nosotros las “agitaremos”, si es preciso, para que reaccionen. Y ellas deberán asumir. Y ellas deberán actuar.

Nosotros —yo, como cualquiera de ustedes— acompañaré a Milagros hasta donde pueda, contaré la historia y fundaré mis esperanzas en que no vuelva a ser necesario otro reportaje de esta naturaleza en OnCuba, en que nadie más —nunca— necesitará a otro periodista.

La soledad de la mujer pez



…como algo ante lo que uno tiene que quitarse la mirada
Lina de Feria

En unos pocos meses Milagros Guerra Vila cumplirá 57 años. Si mira atrás, un día tras otro, un día interminable, tendría que sufrir. Si mira adelante, ciega como está, no alcanzaría a ver ningún futuro. Pero ella no maldice las circunstancias, no culpa a los humanos, no responsabiliza a Dios, no se compadece a sí misma. Uno tiene la odiosa certidumbre de que Milagros, entre las cuatro paredes de su casa sin luces, alcanza una parte de felicidad. Y uno, por oposición a todas las razones posibles, sabe que las medias esperanzas de ella dejan sin sentido el conflicto banal de todos los demás. De un tajazo.

Milagros nació en 1959, en Guaracabuya. El centro geográfico de la Isla había sido siempre un destino fatal para nacer, incluso en el año de la Revolución victoriosa. Ella nació con ictiosis, una enfermedad que reseca la piel. Donde debía tener la epidermis tersa, tiene la cubierta escamosa de los peces. Nació sin pelos, con colmillos exagerados, con párpados al revés.

Enseguida la maledicencia culpó a su madre por el fruto de su vientre: dicen unos que Consuelo Vila, en un intento desesperado por detener el ascenso de su prole, bebió petróleo. Y otros más, apelando al principio de la crueldad universal, recuerdan que todo el mundo tiene lo que se merece: si antaño Consuelo no hubiera calmado la lujuria de sus patrones tampoco hubiera contraído el mal. Pero lo contrajo, y enfermó la sangre que enfermó al feto. Como quiera que sea, el lunes 7 de septiembre de 1959, a la luz de las cuatro de la tarde, la niña inconcebible nació. Y su madre, para protegerla, la dejó en casa.

Milagros no tenía ninguna discapacidad física diferente al estigma de su piel escamosa. Y por esa marca, y porque los otros niños le temían, y porque los adultos preferían evitarla, no entró a las aulas ni tuvo maestros ambulantes. Aunque la campaña de alfabetización enseñó a leer y a escribir a miles de personas, ella sigue analfabeta. Hasta 2010 apenas existía: por más de 50 años una tarjeta de menor —y nada más— aseguraba ante las leyes que Milagros había nacido, y que vivía olvidada en un barrio de Guaracabuya.

El día que Bruno, el hermano, solicitó la prueba actual de su existencia, Milagros no acudió a la oficina del carné de identidad. No firmó. No estampó su dedo en el papel. Como si no fuera —como si nunca hubiera sido— un ser lógico. Milagros no se imagina qué mundo existe después que se diseminan las últimas casas en el paisaje rural de Guaracabuya.

Bruno, médico veterinario, supone que ella padece cataratas. Pero, ciega como está, sola como vive, Milagros no es capaz de llegar hasta el oftalmólogo. Todos sus hermanos, incapaces, agobiados en sus propias desgracias de vida o muerte, temen subirla a un superbús. Dicen que asusta a los niños. Dicen que ni siquiera los médicos quieren verla.


***
Volví a llegar a su casa, después de varios años. Hablé para que me reconociera. Y otra vez, al instante, recordó que yo le temía, que le “salí huyendo” cuando era un niño. Esquivé el recuerdo. Ahora nada le alegra más que las visitas, las pocas, poquísimas visitas que recibe.

—Entonces, dime: ¿qué quieres saber de la vida mía?, se adelantó enseguida.
—¿Por qué no fuiste a la escuela?
—A mí me hubiera gustado ir. Mi mamá puso a mis hermanos en la escuela, pero a mí nunca me llegó a poner. Como yo digo, si no me llevó, que me hubiera puesto a alguien aquí en la casa que me enseñara a leer y a escribir. Ya, a estas alturas con la vista que tengo no puedo aprender a leer y ni a escribir, ni a discutir…
“Mi mamá a lo mejor lo hacía para que los muchachos no se burlaran de mí o algo, a lo mejor ella lo hacía por eso…”
—¿Pero tú sí querías ir? ¿A ti te hubiera gustado…?
—A mí sí me hubiera gustado. Antes yo cogía las libretas y me hacía la idea… Yo escribía siempre algún numerito… y a veces me guiaba por otro papel y escribía. Si yo aprendí sola a cocinar y aprendí a lavar, aprendí a coser…
—¿Y cómo fue tu infancia, si no pudiste ir a la escuela? 
—Ná´, vivía normalmente aquí, trabajando, barriendo, fregando...
—¿No te gustaba salir a jugar con otros niños, salir al barrio?
—Yo jugaba con las muchachitas de una vecina. Una de ellas a veces hacía el papel de maestra y se ponía a darme clases. Mira, si ella no se hubiera ido pa´La Habana, me hubiera enseñado a leer.
—¿Tú sentiste alguna vez que la gente te rechazaba?
—Sí, alguna gente sí. Una vez vino una artista a cantar aquí en Guaracabuya y no sé si es que me cogió miedo, o no sé... Y una vez, en una fiesta, había una muchacha que cada vez que me veía cogía y se escondía. Pero no importa, otras me saludaban, y me abrazaban y me daban besos.
—Ya tú no vas a las fiestas. ¿Te gustaría ir de nuevo?
—Ah, eso es lo que más quisiera yo. Mira, mis hermanos salen por la noche y yo me quedo solita aquí. Yo cojo y tiendo la cama y me acuesto a las 9:00 de la noche, porque ¿qué hago yo aquí sentada?, sola aquí…
—¿Y volver a ver? ¿Eso no es lo que más tú quisieras también?
—Bueno, si tengo posibilidad y el médico ve que puedo operarme. Si no, seguiré así hasta… A mí lo que más me gustaría es tener la vista bien, ser independiente de mí misma, no tener que estar arreguindá´ de nadie. A mí me gusta hacerme mis cosas.
—Milagrito, ¿nunca te has enamorado?
—Mira, te voy a decir una cosa: hombres, enamorados, he tenido yo unos cuantos.
—¿Y se lo has confesado?
—Bueno, se lo he demostrado de otras formas.
—¿Cómo?
—Cuando los abrazaba les daba muchos besos.
—Dime ahora, ¿qué te hubiera gustado estudiar?
—¿Estudiar? Bueno, si yo te dijera una cosa: ya que tanto me han dicho que yo soy una abogada, me hubiera gustado estudiar leyes.
***


nadie hablará de ti pero te quedas
Lina de Feria

Hace un par de años, Consuelo Vila se levantó con fatigas. Se arregló como pudo y caminó a rastras hasta el consultorio médico de la familia. No volvió jamás a su casa: murió por descuido, por vejez, por malnutrición. No tuvo tiempo, aunque fuera en agonía, para asegurar el futuro de su hija.

Sin la madre, el círculo alrededor de Milagros comenzó a cerrarse. Hace poco, a partir de la restricción nacional de las gratuidades “no justificadas”, ella perdió su pensión por concepto de asistencia social. Y aunque en ese momento desesperado Bruno logró que le transfirieran los 240 pesos del retiro de su padre extinto, Milagros no clasifica en la categoría de “asistenciada social” porque según “los papeles” su hermano Lázaro —un hombre tarado que la amenaza con “meterla en el asilo”— recibe una pensión bajo aquel mismo techo.

“Si no entrara ningún salario en el núcleo entonces se le abriría un expediente y se le aprobaría una chequera de asistencia social. Ya una vez ella tuvo esa pensión, pero se la quitaron antes de que yo trabajara aquí”, recuerda Marisleidys Batista Carvajal, la trabajadora de Bienestar Social encargada de los “casos más necesitados” de Guaracabuya.

Aun así, en las vidas más adversas la incoherencia fundamental entre el desamparo mismo y las categorías creadas para proteger a los desamparados, no alcanza ningún sentido. La burocracia no vale nada cuando el miedo común a “lo nunca antes visto” ya apartó a Milagros del sistema de Salud Pública. Ningún enfermero, ningún doctor, ningún asistente social de ningún hospital, se encarga habitualmente de ella: ni Milagros va al médico, ni el médico (especialista) viene a Milagros.

“Ella —dice Bruno sin alejarse de su hermana— no es un caso normal, aunque no quiera entenderlo. Milagros no puede salir en una guagua por ahí pa´llá cogiendo polvo, porque tiene los párpados abiertos. Si de todas formas yo la montara en el superbús, ¿qué haría todo el mundo? La gente la rechaza, los vejigos empiezan a dar gritos; es un espectáculo. Ella necesita un vehículo que la lleve y que la traiga”.

“Hace tiempo —prosigue Bruno— yo vi a un médico y me dijo que iba a venir por acá, pero nada. Figúrate, a nadie más le duele esta muela”.

Ahora mismo la ambulancia de Milagros no viaja hasta Guaracabuya. Ni los médicos de ninguna parte saben que existe una mujer con los párpados demasiado abiertos, con la piel demasiado seca y escamosa. Ni ella, la doliente, está demasiado interesada en su destino: qué puede hacer —a estas alturas— el pez fuera del agua. Se va, deja la conversación. Comienza a barrer la casa oscura, a tientas.

Como todos los domingos Bruno trae unos pocos alimentos: maní, azúcar, yuca pelada, plátanos maduros, arroz para los pollos. Se va pronto y Milagros vuelve a la escena goyesca de siempre: lanza los frijoles crudos sobre la mesa en penumbras. Por el más básico instinto de sobrevivencia tira cada (supuesto) frijol al caldero. Reconoce las semillas con sus dedos y no piensa que morirá sin haber sido amada jamás. Aparta las piedras y elude su vida sin milagros. Tantea el fuego y olvida que la condenaron cuando nació.


En 2009, después de enviar cartas a todas las instancias posibles, Consuelo Vila consiguió que el Gobierno le construyera una casa a su hija.

Cada domingo, siempre que pueda, Bruno visita a Milagros. Ahora, por desgracia, el buen hermano padece cáncer.