En 1974, entre los dibujos que se conservaban en alguna casa de
cultura de Santa Clara, Samuel Feijóo halló las primeras pinturas del
joven Pedro Osés. Allí mismo indagó sobre el novel artista y al día
siguiente partió al poblado rural de Guaracabuya (Placetas, Villa Clara)
para conocer al autor de las creaciones desconcertantes.
Viajó en tren, la vía más expedita para acceder a aquel destino. A
la vista de la llanura atravesada por el ferrocarril, Feijóo evocaba
los espíritus y seres sobrenaturales del campo cubano. Con Aida Ida
Morales (también pintora) desembarcó finalmente en el paradero desolado
de Guaracabuya y se adentró en las primeras callejuelas desconocidas.
«¡Este es nuestro fantasma, Aida!», aseguró el escritor, casi en un
grito exaltado, cuando el jovencito envuelto en una sábana blanca, les
abrió la puerta de su bohío. Apenas amanecía.
Hasta esa mañana Pedro Alberto Osés Díaz había soñado con la
pintura. La extirpación de un tumor en su médula ósea, cuando era un
niño, le atrofió toda la anatomía del cuerpo y pudo haberlo recluido al
sosiego permanente de las aulas vacías, con una maestra, sin compañeros.
Pero necesitó expresarse y echó mano de semillas, galán de noche, pasta
dental, flores y crayolas derretidas que usó como pinturas. Fabricó
pinceles con pelo de caballo y combinó colores en las cartulinas que
conseguía. Ya su mente estaba poblada con las particulares imágenes de
una plástica en ciernes. Feijóo le prohibió conocer la obra de otros
artistas por el momento, y le regaló pinturas.
Cuando murió en 2009, a la edad de 54 años, el pintor Pedro Osés
contaba con numerosas exposiciones personales y colectivas en Cuba y el
extranjero, y había obtenido el reconocimiento del pueblo que hallaba en
la imaginería de su pincel la recreación de los mitos campesinos
cubanos.
Jamás accedió a cambiar su residencia de Guaracabuya; absorbió la
mitología guajira de los campos y luego la vertió en los cuadros que
concebía y pintaba.
Aunque nunca recibió preparación académica, su pintura se
distingue fácilmente de la de otros artistas naif (ingenuos), por la
seguridad del trazo.
Los rasgos de sus pinceladas tienen una naturalidad expresiva que
descarta la duda ante el lienzo en blanco. Sus líneas son precisas, sin
demasiados regodeos, pero cautivadoras de una sensualidad descollante.
Los colores, como los de todo primitivista, son vivísimos, pero en su
caso se unen orgánicamente a la naturaleza del campo cubano, a la
iconografía religiosa o a los mitos de ahorcados, aparecidos, demonios,
ángeles, fantasmas y otros seres extraordinarios que Osés no tomó de
ninguna tradición sino que inventó él mismo.
En sus cuadros cobra vida una fauna de criaturas real
maravillosas, mágicas, místicas, inofensivas y a veces macabras que el
autor concibió o enriqueció con su imaginación. En ellas pueden
reconocerse fácilmente las dudas, obsesiones y hasta limitaciones del
pintor.
Hombres y mujeres que se transfiguran en flor o en pájaro durante
el éxtasis de una cópula indetenida, móvil en nuestra sensación pero
estática en su temporalidad, son un motivo recurrente de esta particular
inspiración.
Ante las pinturas de Osés el espectador puede desconcertarse: en
los cuadros resaltan criaturas andróginas e inverosímiles que no
obstante poseen marcas evidentes de su sexo y sexualidad; y allí mismo
se juntan en un acto sensual y sexual pero inesperado, fuera de toda
convención de los modos posibles, porque persisten en la necesidad de la
unión en contra de una soledad desesperante. A la misma vez permanecen
sosegados, inobjetables en la consecución de sus placeres.
Nunca sabremos la verdadera naturaleza de una gran parte de los
seres mágicos de esta plástica: humanos, o animales y vegetales, pero
humanizados en una indefinición bien lograda, casi desapercibida.

El guajiro, en su estampa noble e ingenua, también se reivindica
particularmente en toda la obra de Osés. No está reñido con la
persistencia de otras figuras sobrenaturales, porque forman parte de una
misma cosmovisión: es en definitiva el guajiro el que piensa y convive
con estas mitologías.
La maternidad, la mujer, el catolicismo, la muerte y una
posibilidad otra, mágica, mística y solo posible en el mundo de la
creación signan, además, toda la obra pictórica del artista.
Por otra parte, el conjunto de estas creaciones logra asir toda
una tradición histórica que ha pasado de generación a generación en la
forma de la literatura oral y se ha plasmado también en la literatura
escrita.
Pero siempre la tradición recreada trasluce –como sabemos– la
sensibilidad personal, y en ese aspecto es donde la pintura de Pedro
Osés gana su mayor mérito: se une a la imaginería única del autor y se
enriquece con un misticismo sin precedentes en la plástica naif.
Los valores de toda su obra le valieron la inclusión en el libro
El arte mágico en Cuba. 51 pintores cubanos. Naifs, Ingenuos,
Primitivos, Populares, Espontáneos, Intuitivos… (Gérald Mouial) y en
importantes muestras nacionales e internacionales, desde los numerosos
salones territoriales y provinciales de arte pupular, junto a la gente
sencilla que inspiró parte de sus creaciones, hasta la Exposición Art
Inventif a Cuba, en Lausana, Suiza (1983); la muestra personal en la II y
III Bienal de La Habana (1986 y 1989); en la I Bienal Latinoamericana,
en Nicaragua (1989); y en la Exposición Museo de Arte Naif, París,
Francia (1999), entre otras.
En Guaracabuya la abuela de Osés mantiene abierta permanentemente
la casa-estudio-galería. Los cuadros que se exponen allí, por
desgracia, cada día son menos. Unos se exhiben en diversos centros
culturales de Villa Clara, e incluso en viviendas particulares; otros
pasaron al patrimonio personal de coleccionistas extranjeros.