Alguna vez, al borde del agotamiento, mi mamá nos amenazó con perderse para siempre en el camino sin rumbo, imitando el viaje misterioso de Margarita Domínguez 84 años atrás. Casi todos en Guaracabuya han fantaseado alguna vez con la idea de anularse del mundo conocido, de marchar calladamente hasta desaparecer. En el imaginario colectivo del pueblecito la partida misteriosa de la madre de Cacaseno simboliza el hastío, la desesperanza, la imposibilidad de continuar la misma vida todos los días.
Margarita Domínguez había nacido en San Juan de los Remedios, pero las circunstancias de la fatalidad le reservaban a Guaracabuya para los últimos días conocidos de su existencia. Su marido, enfrentado a la autoridad, cercenó con el mismo machete de la caña la cabeza de un guardia, y a cambio le pegaron un tiro mortal en el pecho. Cacaseno, el hijo por venir, nunca conocería a su padre.
Con 16 años, un niño en el regazo y embarazada por segunda vez Margarita llegó y se instaló en la aldea remota. Nadie sabe por qué un día abrió la puerta de su casa, apenas se despidió de su pequeño hijo, subió el camino polvoriento y se perdió para siempre.
Cacaseno no recuerda. Nunca conoció a su padre. No tiene memoria de su madre. Su hermana desapareció en los brazos de la mujer aciaga, en el camino desprovisto. Su abuela, sin más opciones, lo entregó a una familia vecina que lo acogió con la promesa de instruirlo como carnicero. Desde sus cuatro años Cacaseno estaba previsto para ser el carnicero del pueblo. Todavía su imagen inveterada bajo la ceiba, colgando las carnes a los ojos de los compradores, merodea el recuerdo de los más viejos.
Poco a poco él devino el negro por antonomasia de Guaracabuya. (En los pueblos miserables casi todo se nombra por antonomasia: el negro, el feo, el loco, la bella…) Sin ninguna familia en el mundo se decidió a formar una propia. Casó con Vitalia Guerra, Gore, y engendró una prole numerosa de negrones fornidos.
Quizás no le bastó. Quiso saber qué fue de su madre, qué motivo la llevó al camino sin retorno. Emprendió la búsqueda y el pueblo dolido por su suerte le siguió los pasos. Un entramado de mensajeros le hacía llegar las noticias: una negra parecida a su madre había sido vista en Cabaiguán, La Habana, Oriente… Entonces Cacaseno iba, casi esperanzado. Las únicas señas de la mujer las sabía por la gente más vieja. Terrible pero cierto: a su propia madre la conocería por la descripción de los demás.
Llegó dos veces a Mazorra, el hospital psiquiátrico más famoso de Cuba. Desde la distancia esperó que la fila de los locos marchara adelante y atrás; los miró detalladamente, los hurgó con los ojos, quizás invocó al Cielo, a Dios, a los santos yorubas, pero ninguna era su madre. Margarita Domínguez ya no existía porque decidió perderse y se borró de la memoria. Lo único en este mundo que la evidencia es el propio Cacaseno, el hijo huérfano e inerme, pertinaz cuestionador de los misterios de la vida.
![]() |
Foto tomada de Facebook. |
Con 88 años Luis Domínguez, hijo póstumo, intenta figurar todavía a su madre, porque sabe que el recuerdo imaginado, más que la memoria que no existe, lo ata únicamente al pasado. Hace mucho dejó de buscarla porque perdió las esperanzas; nadie que viva hoy conoció a su madre. Cacaseno ha existido tanto que ahora habita en un solo tiempo: todavía es el carnicero de Guaracabuya, aún supone que todos los días su madre retoma el camino y se pierde del mundo.