lunes, 6 de enero de 2014
La Coronela
En la calle principal de Guaracabuya, frente a la piquera de carros añorados, yace en su antiguo asiento La Coronela. Y aunque su casa posee una de las más céntricas ubicaciones, el alcance de su horizonte incluye nada más a unos pocos viajeros del pueblo remoto, y acaso a algún desconocido que siempre aviva los sentidos de la vieja.
A veces, cuando la ven echada en su silla o revelada tras las cortinas de polvo que alzan las volantas, estos viajeros presienten que se trata de una encarnación de la antigua Sibila de Cumas, conocedora de todos los destinos, obligada a la senectud sin la esperanza de la muerte.
Parece que en otro tiempo Antonia Molina fue una mujer magnánima, y temible. Se cuenta que desafió a la autoridad para defender a los trabajadores mal pagados; que se enroló en labores masculinas y superó a los propios hombres; que multiplicó su prole con hijos propios y adoptivos; que fue adúltera sin grandes cargos de conciencia. Aunque ahora casi nadie la recuerda como fue, las noticias de su carácter indomable han dado pie a todas las comparaciones humanas.
Cuando La Coronela, matriarca al fin, necesitaba conseguir el sustento para sus hijos emprendió los trabajos más inesperados. Primero se hizo tractorista de la zafra, después fundó una brigada de poceros y se metió ella misma en las entrañas de las tierras áridas a buscar los manantiales. Dicen que iba y venía en su caballo sin que nadie se atreviera a ofenderla. Poco a poco la mujer fue configurando una figura atípica, casi increíble en aquellas tierras grises donde todo el mundo debe parecerse para ser correcto.
Un día el viejo Carratalá advirtió a dos recién llegados a Guaracabuya: «Aquí no se queden, que vive una Coronela.» El alias impronunciable iba a perdurar para siempre en la memoria, pero solo hoy, en medio de la vejez terrible, cuando dejaron de importar los nombres y valen más las cosas que fueron nombradas, se le puede llamar Coronela.
Tantos años después la mujer analfabeta, la antigua Coronela, la progenitora de una estirpe incontable, reúne latas de aluminio para venderlas a las tiendas de materia prima. Tantos años después, en su casa frente a la piquera, La Coronela marca colas para otros que harán el viaje. A orillas del camino, ella ha insinuado siempre la partida, sin emprenderla jamás.
La Coronela, la recoge latas, la marca colas, la eterna insinuadora del viaje, vive todavía en la calle central de Guaracabuya, escondida detrás de las cortinas insondables de polvo. A veces parece inmóvil. Le brillan los ojos, apenas habla. A la vista de los viajeros casuales sus miembros recobran una parte de la antigua lozanía, y quisieran echar andar más allá de los pueblos tristes.
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La recuerdo perfectamente, su voz ronca y autoritaria irrumpía la sala de la casa de mi abuela Emilia con el pretexto de ver a los muchachos de Caruca y Leopoldo que llegaban de Sta Clara, siempre campechana, sin pena ni tabúes, llamando las cosas por su nombre. Orgullosa debe estar Guaracabulla de tener entre sus habitantes una mujer como esa. Mi respeto para la Coronela.
ResponderEliminarUn día tienes que llevarme a Guaracabuya...
ResponderEliminarClaro que tienes que ir un día a Guaracabuya, Yuris. Ya estás invitado...
ResponderEliminarEn verdad ella es una personalidad en nuestro pueblo y a pesar de su apodo y ser analfabeta siempre fue una persona muy respetuosa aun a su avanzada edad mantiene su respeto hacia otras personas , me consta como cuidadano de guaracabulla .
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