miércoles, 3 de abril de 2013
Lista de espera
He vuelto mil veces a la lista de espera. Me gustan los viajes y por desprevenidos mi mejor alternativa ha sido la expectación, el aburrimiento, el desasosiego en las terminales. Prefiero las travesías interminables y nocturnas; imagino que el tren o la guagua nunca llegarán a su destino, que seguirán por siempre en marcha, sin llegar a ninguna parte, sin tener la obligación de bajarme en ningún sitio.
No sé por qué idea romántica me atraen los viajes. Quizás porque la vida cambia cuando cambiamos de sitio, porque en cada lugar los acontecimientos transcurren de formas diferentes. Porque viajar permite eludir el final, la meta, las consecuencias. Creo, como Sastre, en la posibilidad otra, en la vida que no será cuando elegimos libremente una diferente.
La carretera —imprescindible en el viaje— es un misterio. Siempre lleva a otra parte, y a veces, a otra vida. Cuando era soldado en el Servicio Militar Obligatorio podía divisar durante mis guardias la carretera futura, que se perdía vadeando una montaña agreste, y se me antojaba como adelanto del destino, un posible camino a la felicidad. Allí la vida tenía que ser diferente. Yo quería escapar.
Últimamente he pensado en la espera inevitable del viaje. Mucha gente aguarda por la persona o el suceso que les cambiarán la vida. Otras mantienen la expectativa por los nimios acontecimientos diarios, que no son trascendentales. Una cola, por ejemplo. Y a veces la vida se va mientras aguardamos.
Así, mi viejo amigo Tomás espera, como el coronel que no tiene quien le escriba, un reconocimiento que no llegará nunca. Me entregó el periódico para que yo reinterpretara los hechos y le explicara luego. Pero no tuve nada que decir. El papel era conciso y claro.
La expectativa a veces es injusta. La gente puede concluir su viaje mientras. Y se aguarda lo mismo por el pan, que por el hijo próximo, o por las leyes. Y hay atrasos fatales que aletargan la vida.
No sé por qué he divagado hasta aquí, si comencé por los viajes preferidos. Quizás tengo un deseo inconfesado de emprender la travesía —a riesgo de ser inconexa e incoherente— hacia mi centro.
Foto: Yuris Nórido
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A mí, por el contrario, no me gusta viajar... De hecho, el viaje mismo es para mí una experiencia casi traumática... Eso sí, me gusta estar en lugares distintos, visitar otras ciudades, estar en pleno campo... Lástima que haya que viajar. Ojalá puediera teletransportarme, como en las películas de ciencia ficción... Un abrazo fuerte y cariñoso... Sigue escribiendo...
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ResponderEliminarYuris, algunas veces he deseado teletransportarme: cuando el viaje es tedioso y repetido mil veces. Prefiero el paisaje y el camino desconocidos. Gracias por la foto. Un beso...
EliminarMi preferencia por los viajes tienen criterios encontrados: me encanta conocer nuevos sitios, pero hago catarsis cuando llega el domingo y tengo que montarme en la Yutong para venir a la Universidad. Este ir y venir semanal no es fácil!!!! Ya sé que lo voy a extrañar dentro de poco... pero aun así, hago catarsis!!!!!
ResponderEliminarYo tampoco resisto el viaje de mi casa a la universidad y viceversa. Aunque apenas vivo a 25 kilómetros de Santa Clara —en línea recta— me siento, a veces, a una distancia insalvable. Cumpliré mi promesa enlazando tu blog. Nos vemos...
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