jueves, 21 de abril de 2016

¿Por qué escribo?


Mientras cientos de internautas de todas partes leen, se conmueven y comparten la historia vital de Milagros, Milagros permanece en Guaracabuya, sin alarmas, sin sospechas de lo que viene o puede venir. Mientras viajo entre los puntos esenciales de mi existencia, mientras trabajo, mientras me conecto a internet a duras penas y respondo decenas de mensajes, nuevas personas ofrecen ayuda en todas las gradaciones de lo admirable.

Despejo el maremágnum como puedo. En ese estado artificial de sosiego, indago inevitablemente en las razones que me llevaron un día —y no antes— a escribir una parte de la historia de Milagros Guerra Vila. Cuando yo nací Milagros iba a cumplir 32 años. Entonces tenía una limitada vida social: veía; iba a las fiestas, de noche; usaba pelucas y se maquillaba; era conocida en toda la región de Guaracabuya por su voz agudísima.

Crecí. Milagros aparecía en mi casa de vez en cuando a ver la televisión. Al principio le temía y me escondía. Mi hermano, un día, le preguntó: «Milagrito, ¿tú picas?» Me mudé: no volví a ver a Milagros en años. Crecí. Me mudé. Crecí. Me fui lejos. Milagros perdió a su padre y a su madre. Milagros se quedó ciega y se quedó sola.

La vi otra vez durante el último censo de población y viviendas. Yo la censé, y escribí un post en este blog. Pero entonces no publiqué las fotos que ahora están en todas partes, ni OnCuba catapultó el texto. Entonces Consuelo Vila proveía a Milagros, su única hija. Y ¡zas! se murió.

Más tarde volví al barrio. Milagros ciega tiraba los frijoles sobre la mesa, los reconocía uno a uno, los echaba al caldero, los comía. Y fui a verla aun cuando me advirtieron que me abrazaría, y que me besaría y que, tal vez, lloraría sobre mí. Y escribí.

No me interesó contar la historia de Milagros para librarme de ninguna culpa. No siento ninguna culpa propia. Ni creo que la caridad me llevará a ningún cielo y a ninguna tierra. Escribí porque sentí la necesidad, y el deber. Y pensé que escribir ayudaría a Milagros. A mí no me interesaba llegar con diez dólares hasta ella después de dos meses, porque esa penosa contribución no iba a resolver ni el más pequeño conflicto. Yo quería remover alguna conciencia, pero sobre todo alguna institución. No deseaba, ni deseo, que nadie rompa por gusto la paz de Milagros. No quiero que su vida se trastorne en un show mediático ni que mañana la desgracia de otro titular, de otra imagen, la sustituya. Quiero que ella vuelva a ver, y que aprenda a leer y a escribir, y que tenga la posibilidad de una vida mejor. Y con esa esperanza, envíe mi trabajo a OnCuba. Y OnCuba, con esa misma esperanza —me dijeron—, lo publicó.

Aun cuando hay miles de personas que sufren en todas partes yo escribí, nada más, de Milagros. No conozco a todos los que sufren, aunque las causas sean comunes, aunque haya que atacar las causas y no exponer los casos particulares. Frente al eje dicotómico de escribir/no escribir, actuar/no actuar, elegí las primeras opciones. Así mismo, entre la semejante dicotomía de hacer/no hacer, donar/no donar decenas de personas se han movilizado vía online. Pudieran no haberlo hecho, y lo han hecho, solo ellos saben por qué.

Con mis preguntas «sosas», espontáneas, y literalmente trascritas, llegué hasta donde Milagros me permitió. Quise exponer la paradoja de su existencia: mujer cuerda, esperanzada, medianamente feliz, paradójicamente ciega, alienada y analfabeta.

Si OnCuba no debió publicar el reportaje, si no lo debí enviar a OnCuba, si no debí haber expuesto la vida de Milagros, quiero que otros medios ofrezcan cobertura y terminen por movilizar a las instituciones que deben resolver la tragedia de Milagros. Otros medios y otros periodistas.

Han comenzado a llegar las donaciones y me cuesta comenzar por alguna parte. Está claro que no hace falta alquilar taxis ni pagar una operación de cataratas. Cuba ofrece servicios de salud gratuitos y universales. ¿Por qué Milagros no ha sido beneficiada? ¿Por qué su madre no se ocupó cuando pudo? ¿Por qué las instituciones se olvidaron? No sé.

Una periodista habanera aseguró que no paraba hasta llegar con el texto y las fotos a la Asamblea Nacional, a la Federación de Mujeres Cubanas, al Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. Devotos de diferentes iglesias quieren, además, conseguir que Milagros «no vuelva a estar tan sola otra vez». Desde Estados Unidos han logrado recaudar hasta ahora 235 dólares que se destinarían a mejorar las condiciones de vida de Milagros. Ya comenzaron a llegar donaciones por la Western Union.

Yo no sé adónde llegarán todas las acciones, y no quiero imaginar que alcancen los efectos contrarios a mis intenciones. Ahora, si las redes sociales capaces de convocar un flasmob, capaces de promover un GoFundMe, capaces de incentivar la subversión, también resuelven una vida —una sola vida— diré que estoy satisfecho, y me iré a casa, y que se olviden de mí.
 

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