martes, 11 de junio de 2013

Los ángeles descabezados














Los ángeles descabezados
también esperan el juicio final.
No pueden vernos,
han perdido para siempre la clemencia.
Adornan el mármol sin
sentidos.
Son los protectores espirituales
ociosos,
a quienes nuestra tumba les fue negada.

Los ángeles sin cabeza
ya no tienen lástima de nosotros.
Cuando eran bellos
nosotros los decapitamos.
Apilados en el rincón,
pequeños ángeles sobre ángeles terribles,
aletargados,
sin impaciencia,
también esperan el juicio final.


El ángel terrible 


Toca su vestido, dijo la cuidadora.
Parece cierto, mira los pliegues.
¿No es bello?
El ángel es terrible.

Parece el mismo arcángel imaginado:
nos supera en las proporciones físicas;
sobre la tumba
ningún humano lo provoca.

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Abel Invernal tomó las fotos en el Cementerio de Reina, en Cienfuegos. El antiguo camposanto parece sometido a la furia de la naturaleza. A su vista uno se imagina que un terremoto sacudió con saña las tumbas y los nichos, como si quisiera perturbar a los muertos y devolverlos a la vida.

Pero en realidad se trata de la furia del mar cercano, y no de las perturbaciones físicas de la tierra. La inundación barre a menudo los osarios e incomoda a la muerte en sus espacios más íntimos. A cada paso inseguro de los intrusos el suelo se quiebra. Una podredumbre de aguas estancadas, musgo y despojos humanos contaminan el aire dulce y denso. Las tumbas abiertas invitan a asomarse a quien nunca ha visto un cadáver.

Escasas coronas de flores, secas, nos sugieren que casi nadie es enterrado ya en el cementerio decimonónico. Todavía algunos ángeles custodian las sepulturas en medio de la paz que perturbamos. Tenemos la certeza de que el cementerio, quebradizo, inestable, un día terminará sepultado como sus muertos. Como si la muerte pudiera morirse también.

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